“A la luz de la Biblia, el estado del hombre antes del pecado
se presentaba como una condición de perfección original, expresada, en
cierto modo, en la imagen del "paraíso" que nos ofrece el Génesis. Si
nos preguntamos cuál era la fuente de dicha perfección, la respuesta es que
ésta se hallaba sobre todo en la amistad con Dios mediante la gracia
santificante y en aquellos dones, llamados en el lenguaje teológico
"preternaturales", y que el hombre perdió por el pecado.
Gracias a estos dones divinos, el hombre, que estaba unido en amistad y armonía
con su Principio, poseía y mantenía en sí mismo el equilibrio interior y no
sentía angustia ante la perspectiva de la decadencia y de la muerte. El
"dominio" sobre el mundo que Dios le había dado al hombre desde el
principio, se realizaba ante todo en el mismo hombre como dominio de sí
mismo. Y, con este autodominio y equilibrio se poseía la
"integridad" de la existencia (integritas), en el sentido de
que el hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser, ya que se hallaba libre
de la triple concupiscencia que lo doblega ante los placeres de los
sentidos, a la concupiscencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí
mismo contra los dictámenes de la razón.”
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