“Al hacerse hombre en su seno, por obra del
Espíritu Santo, Dios Hijo entró en la historia del hombre para llevar este
Espíritu a todo hombre y a la humanidad entera. La misión, cuyo comienzo bajo
el corazón de la Virgen de Nazaret estuvo impulsado por la potencia del
Altísimo, fue madurando durante todo el tiempo que estuvo oculto el Hijo de
Dios, y luego a través de la viva palabra de su Evangelio y a través del
sacrificio de la cruz y el testimonio de la resurrección, hasta aquel día en el Cenáculo; testimonio que nos recuerda también la liturgia de
hoy. Era ése el día en que, no sólo María, sino toda la Iglesia, todo el Pueblo
de la Nueva Alianza, recibía el Espíritu Santo y, junto con El, se hizo
partícipe de la misión de su Señor resucitado y del Único Ungido (Mesías).
Obteniendo la participación en su misión sacerdotal, profética y real, el
Pueblo de Dios —es decir, la Iglesia— se hizo totalmente misionero.”
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