“La vida
tiene una estructura esencialmente vocacional. En efecto, su proyecto hunde sus
raíces en el corazón del misterio de Dios: «Dios nos ha elegido en él —en
Cristo— antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor» (Ef 1, 4). Toda la existencia humana, por
consiguiente, es respuesta a Dios, que hace sentir su amor sobre todo en
algunos momentos: la llamada a la vida; la entrada en la comunión de gracia de
su Iglesia; la invitación a dar testimonio de Cristo en la comunidad eclesial,
según un proyecto totalmente personal e irrepetible; y la llamada a la comunión
definitiva con él en la hora de la muerte.”
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