“El comer o no comer del fruto
de cierto árbol puede parecer una cuestión irrelevante. Sin embargo, el árbol
"de la ciencia del bien y del mal" significa el primer principio de
la vida humana, al que se une un problema fundamental. El tentador lo
sabe muy bien, por ello dice: "El día que de él comiereis... seréis como
Dios, conocedores del bien y del mal". El árbol significa, por
consiguiente, el límite infranqueable para el hombre y para cualquier
criatura, incluso para la más perfecta. La criatura es siempre, en efecto, sólo
una criatura, y no Dios. No puede pretender de ningún modo ser "como
Dios", "conocedora del bien y del mal" como Dios. Sólo Dios es
la fuente de todo ser, sólo Dios es la Verdad y la Bondad absolutas, en quien
se miden y en quien se distingue el bien del mal. Sólo Dios es el Legislador
eterno, de quien deriva cualquier ley en el mundo creado, y en particular la
ley de la naturaleza humana (lex naturae). El hombre, en cuanto criatura
racional, conoce esta ley y debe dejarse guiar por ella en la propia
conducta. No puede pretender establecer él mismo la ley moral, decidir
por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, independientemente del Creador,
más aún, contra el Creador. No puede, ni el hombre ni ninguna otra
criatura, ponerse en el lugar de Dios, atribuyéndose el dominio del orden
moral, contra la constitución ontológica misma de la creación, que se refleja
en la esfera psicológico-ética con los imperativos fundamentales de la
conciencia y, en consecuencia, de la conducta humana.”
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