“Sé bien que vuestra condición de emigrantes
os coloca en circunstancias particulares, que comportan a veces no pequeños
esfuerzos y sacrificios para vosotros mismos y vuestras familias. Quiero, por
ello deciros que comprendo y comparto vuestras ansias y esperanzas de personas
que buscáis honradamente labraros un futuro mejor, personal y familiar. Permitidme
que os aliente a no reducir esa noble tarea a la sola esfera material o
económica, sino a extenderla también al campo espiritual y religioso. En
efecto, es toda vuestra persona, de hombres y de cristianos, la que lleva en sí
una dignidad peculiar, que arranca de la vocación sublime a la que Dios os
llama. Sed, pues, fieles a esos valores que recibisteis en vuestros lugares de
origen y que debéis desarrollar ahora, en un espíritu de mutua solidaridad.
Ello os hará los primeros promotores de vosotros mismos, abriéndoos a todos los
demás.”
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