En
la oración del Padre nuestro se
hace referencia explícita al mal; el término ponerós (cf. Mt 6, 13), que en sí mismo es un
adjetivo, aquí puede indicar una personificación del mal. Éste es causado en el
mundo por el ser espiritual al que la revelación bíblica llama diablo o
Satanás, que se opone libremente a Dios (cf. Catecismo
de la Iglesia católica, n. 2851 s).
La
«malignidad» humana, constituida por el poder demoníaco o suscitada por su
influencia, se presenta también en nuestros días de forma atrayente, seduciendo
las mentes y los corazones, para hacer perder el sentido mismo del mal y del
pecado. Se trata del «misterio de iniquidad», del que habla san Pablo (cf. 2 Ts 2, 7). Desde luego, está
relacionado con la libertad del hombre, «mas dentro de su mismo peso humano
obran factores por razón de los cuales el pecado se sitúa más allá de lo
humano, en aquella zona límite donde la conciencia, la voluntad y la
sensibilidad del hombre están en contacto con las oscuras fuerzas que, según
san Pablo, obran en el mundo hasta enseñorearse de él» (Reconciliatio
et paenitentia, 14).
Por
desgracia, los seres humanos pueden llegar a ser protagonistas de maldad, es
decir, «generación malvada y adúltera» (Mt 12,
39).
Creemos
que Jesús ha vencido definitivamente a Satanás, y que, de este modo, ha logrado
que ya no le temamos. A cada generación la Iglesia vuelve a presentarle, como
el apóstol Pedro en su conversación con Cornelio, la imagen liberadora de Jesús
de Nazaret, que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,
38).
(Papa Juan Pablo II Audiencia General 18 deagosto de 1999)