En el Continente europeo no faltan ciertamente
símbolos prestigiosos de la presencia cristiana, pero éstos, con el lento y
progresivo avance del laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero
vestigio del pasado. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la
experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en
un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve
continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil
declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no
creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es
indiscutible ni puede darse por descontada.
Esta pérdida de la memoria cristiana va unida a
un cierto miedo en afrontar el futuro. La imagen del porvenir que se propone resulta a
menudo vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran,
entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas
personas y la pérdida del sentido de la vida.
(de la Exhortacion Apostolica del Papa Juan PabloII Ecclesia in Europa)
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