La
urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de
vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida
es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere
realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo. El Nuevo
Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en Cristo y vive en su
Iglesia. La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es
autocomunicación de Dios: « Es el amor, que no sólo crea el bien, sino que hace
participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto,
el que ama desea darse a sí mismo ».9
Dios ofrece al hombre esta vida nueva: « ¿Se puede rechazar a Cristo y todo lo que él ha traído a la historia del hombre? Ciertamente es posible. El hombre es libre. El hombre puede decir no a Dios. El hombre puede decir no a Cristo. Pero sigue en pie la pregunta fundamental. ¿Es licito hacer esto? ¿Con qué fundamento es licito? ».10
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