Un
aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la
experiencia del silencio. Resulta necesario "para lograr la plena
resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más
estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública
de la Iglesia" (Institutio generalis Liturgiae Horarum, 202). En
una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por
ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio.
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