“Tanto la misión « ad gentes » como la nueva evangelización a la que
vengo convocando a toda la Iglesia brotan de la certeza de que en Cristo hay
una «riqueza insondable» (Ef 3, 8), que no anula la cultura de ninguna
época y a la cual los hombres pueden siempre acudir para enriquecerse
espiritualmente. Esa riqueza es, ante todo, el propio Cristo, su persona,
porque Él mismo es nuestra salvación (Discurso
inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
12 de octubre de 1992, n. 6). Él es la imagen viviente del Padre (cf. Col
1, 15), Verdad eterna, Amor infinito, Bien supremo; y, al mismo tiempo, es la
imagen viviente del hombre, de su salvación y de su verdadera grandeza, a pesar
de los dramas que acechan sobre la humanidad. En Cristo el hombre descubre
plenamente su dignidad de persona, llamada a un desarrollo integral en la
verdad y abierta a la trascendencia.”
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