“Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia
debilidad. Por esto ponen toda su confianza en la gracia de Dios
que acogen con corazón indiviso, convencidos de que sin Él no pueden hacer
nada (cfr Jn 15,5). Lo que les caracteriza y
distingue del resto de los hombres no son los talentos o las disposiciones
naturales. Es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús. ¡Sed
sus imitadores así como ellos lo fueron de Cristo! Y “que Él pueda iluminar los
ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis
sido llamados por Él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia
a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa” (Ef 1,18-19).”
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