El hombre contemporáneo
experimenta la amenaza de una impasibilidad espiritual y hasta de la muerte de
la conciencia; y esta muerte es algo más profundo que el pecado: es la
eliminación del sentido del pecado. Concurren hoy muchos factores para matar la
conciencia en los hombres de nuestro tiempo. Y esto corresponde a la realidad
que Cristo ha llamado "pecado contra el Espíritu Santo". Este pecado
comienza cuando al hombre no le dice ya nada la Palabra de la cruz como el
grito último del amor, que tiene el poder de rasgar los corazones. Scindite
corda vestra.
La Iglesia no cesa de pedir por la conversión de
los pecadores, por la conversión de cada uno de los hombres, de cada uno de
nosotros, precisamente porque respeta, porque estima la grandeza y la
profundidad del hombre y revisa el misterio de su corazón a través del misterio
de la cruz.
Aceptemos, por tanto, la advertencia de San
Pablo que nos exhorta "a no recibir en vano la gracia de Dios"
(2 Cor 6, 1), más aún, a entender y experimentar la realidad
maravillosa de que "el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva" (ib. 5,
17).